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CARTAS A QUIEN PRETENDE ENSEÑAR

Actualizado: 20 may 2019

EXTRACTO DEL LIBRO DEL MISMO NOMBRE ESCRITO POR EL BRASILEÑO PAULO FREIRE


LIBRO COMPLETO AQUI http://wix.to/r0AdAV4



Acabo de leer la primera copia, como llamamos habitualmente

al ejemplar recién impreso, listo, tibio o aun caliente,

del libro que acabamos de escribir. Ese ejemplar que llega a

nuestras manos antes de que la edición parta hacia las librerías.

Me refiero a la Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la Pedagogía

del oprimido, que Paz e Terra lanzó en diciembre de 1992

[Buenos Aires, Siglo XXI, 2002].

El título de ese libro, Pedagogía de la esperanza, no fue una elección

anticipada, como a veces sucede con libros que escribimos.

Nació en las conversaciones con amigos, entre ellos Wemer Linz,

su editor norteamericano, sobre el propio movimiento que la redacción

del texto generalmente va imprimiendo al pensamiento

de quien escribe. En este caso, de lo que la redacción del texto

fue insinuando a mi pensamiento en el trato con Pedagogía del

oprimido. Es que en realidad escribir no es un puro acto mecánico,

precedido por otro que sería un acto 1TUlJ0T, más importante, el

acto de pensar sobre un cierto objeto ordenadamente, organizadamente,

en cuyo ejercicio el sujeto pensante, apropiándose del

significado más profundo de ese objeto, acaba por aprehender su

razón de ser, acaba por saber el objeto. A partir de ahí, entonces, el

sujeto pensante, en un desempeño puramente mecánico, escribe lo

que sabe y sobre lo que pensó antes. ¡Nol No es así como suceden

las cosas. Ahora mismo, en el momento exacto en que escribo

sobre esto, vale decir, sobre las relaciones entre pensar,

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hacer, escribir, leer, pensamiento, lenf5Ullje, realidad, experimento la solidaridad

entre estos diversos momentos, la total imposibilidad de

separarlos, de dicotomizarlos.

Si bien esto no significa que después de pensar, o mientras

pienso, debo escribir automáticamente, significa sin embargo

que al pensar guardo en mi cuerpo consciente y hablante la posibilidad

de escribir, de la misma manera en que al escribir continúo

pensando y repensando tanto lo que se está pensando

como lo ya pensado.

Ésta es una de las violencias que realiza el analfabetismo, la de

castrar el cuerpo consciente y hablante de mujeres y de hombres

prohibiéndoles leer y escribir, con lo que se los limita en la capacidad

de, leyendo el mundo, escribir sobre su lectura, y al hacerlo

repensar esa misma lectura. Aunque no anule las relaciones milenarias

y socialmente creadas entre lenguaje, pensamiento y realidad,

el analfabetismo las mutila y se constituye en un obstáculo

para asumir la plena ciudadanía. Y las mutila porque, en las culturas

letradas, impide a analfabetos y analfabetas contemplar el ciclo

de las relaciones entre lenguaje, pensamiento y realidad al

cerrar las puertas, en esas relaciones, al lado necesario del lenguaje

escrito. Es preciso no olvidar que hay un movimiento dinámico

entre pensamiento, lenguaje y realidad del cual, si se

asume bien, resulta una creciente capacidad creadora, de tal

modo que cuanto más integralmente vivimos ese movimiento

tanto más nos transformamos en sujetos criticos del proceso de

conocer, enseñar, aprender, leer, escribir, estudiar.

En el fondo, estudiar, en su significado más profundo, abarca

todas esas operaciones solidarias entre ellas. Lo importante ahora

es dejar claro, y en cierto sentido repitiéndome un poco, que el

proceso de escribir que me trae hasta la mesa con mi pluma especial

y mis hojas de papel en blanco sin rayas -<ondición fundamental

para que yo escriba- comienza aun antes de que llegue a

la mesa, en los momentos en que actúo o practico o en los que soy

pura reflexión sobre los objetos, y prosigue cuando al transcribir en

el papel de la mejor manera que puedo los resultados provisorios,

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siempre provisorios, de mis reflexiones, continúo reflexionando

mientras escribo, profundizando en uno u otro punto que puedan

haber pasado inadvertidos antes, cuando reflexionaba sobre

el objeto, es decir, sobre la práctica.

Es por esto que no es posible reducir el acto de escribir a un

ejercicio mecánico. Este acto es más complejo y exige más que el

de pensar sin escribir.

De hecho, mi intención inicial era escribir un nuevo prefacio,

una nueva introducción que, retomando la Pedagogía del

oprimido, la revisase en algunos de sus aspectos centrales, revisando

igualmente algunas de las críticas que el libro no sólo ha

sufrido sino que en ciertos casos continúa sufriendo. Y fui entregándome

por meses a este esfuerzo, y lo que sería una nueva

introducción se ha transformado en un nuevo libro con cierto

aire de memorias de la Pedagogía del oprimido~uya primera copia

acabo de releer-o

y así, aún inmerso en la Pedagogía de la esperanza, empapado

por la esperanza con la que lo escribí e instigado por muchos de

sus temas abiertos a nuevas reflexiones, me entrego ahora a una

nueva experiencia, siempre desafiante, siempre fascinante: la de

trabajar con una temática, lo que implica desnudarla, aclararla,

sin que esto signifique jamás que el sujeto desnudante posea la

última palabra sobre la verdad de los temas que discute.

Maestra, sí; tía, no. * Carlas a quien pretende enseñar, he aquí el

enunciado general que tenemos frente a nosotros exigiéndonos

un primer empeño de comprensión, el de entender lo mejor

que podamos no sólo el significado en sí de cada una de estas palabras

que conforman el enunciado general, sino además comprender

lo que ellas ganan o pierden individualmente cuando se

insertan en una trama de relaciones.

El enunciado que habla del tema tiene tres bloques: a] maestra,

sí; b] tía, no; e] carlas a quien pretende enseñar.

* Remitimos al lector a la nota de la página 11. [E.]

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En el fondo, el discurso sintético, o simplificado, pero bastante

comunicante, podria hacerse en fonna ampliada así: mi intención

en este texto es mostrar que la tarea del docente, que también es

aprendiz, es placentera y a la vez exigente. Exige seriedad, preparación

científica, preparación física, emocional, afectiva. Es una tarea

que requiere, de quien se compromente con ella, un gusto ~

pecial por querer bien, no sólo a los otros sino al propio proceso

que ella implica. Es imposible enseñar sin ese coraje de querer

bien, sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir.

Es imposible enseñar sin la capacidad fOIjada, inventada, bien cuidada

de amar. Por eso se dice en el tercer bloque del enunciado:

Cartas a quien pretende enseñar. Es preciso atreverse, en el sentido

pleno de esta palabra, para hablar de amor sin temor de ser llamado

blandengue, o meloso, acientífico si es que no anticientífico.

Es preciso atreverse para decir científicamente, y no blablablantemente,

que estudiamos, aprendemos, enseñamos y conocemos con

nuestro cuerpo entero. Con los sentimientos, con las emociones,

con los deseos, con los miedos, con las dudas, con la pasión y también

con la razón crítica. Jamás sólo con esta última. Es preciso

atreverse para jamás dicotomizar lo cognoscitivo y lo emocional. Es

preciso atreverse para quedarse o pennanecer enseñando por

largo tiempo en las condiciones que conocemos, mal pagados, sin

ser respetados y resistiendo el riesgo de caer vencidos por el cinismo.

Es preciso atreverse, aprender a atreverse, para decir no a

la burocratización de la mente a la que nos exponemos a diario.

Es preciso atreverse para continuar cuando a veces se puede dejar

de hacerlo, con ventajas materiales.

Sin embargo, nada de esto convierte la tarea de enseñar en un

quehacer de seres pacientes, dóciles, acomodados, portadores de

una misión tan ejemplar que no se puede conciliar con actos de rebeldía,

de protesta, como las huelgas por ejemplo. La de enseñar

es una tarea profesional que exige amorosidad, creatividad, competencia

científica, pero que rechaza la estrechez cientificista, que

exige la capacidad de luchar por la libertad sin la cual la propia

tarea perece.

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Lo que me parece necesario en el intento de comprensión crÍtica

del enunciado maestra, sí; tía, no, es no contraponer la maestra

a la tía, ni tampoco identificarlas o reducir a la maestra a la

condición de tía. La mae~tra puede tener sobrinos y por eso

ser tía, del mismo modo que cualquier tía puede enseñar.

puede ser maestra. y por lo tanto trabajar con alumnos. No obstante.

esto no significa que la tarea de enseñar transforme a la

maestra en tía de sus alumnos. como tampoco una tía cualquiera

se convierte en maestra de sus sobrinos sólo por ser su tía. Enseñar

es una profesión que implica cierta tarea, cierta militancia.

cierta especificida<i en su cumplimiento. mientras que ser tía es

vivir una relación de parentesco. Ser maestra implica asumir una

profesión. mientras que no se es tía por profesión. Se puede ser

un tÚJ o una tía geográfica o afectivamente distantes de los sobrinos.

pero no se puede ser auténticamente maestra. aun en un

trabajo a larga distancia. "lejos" de los alumnos. l

El proceso de enseñar. que implica el proceso de educar (y viceversa).

incluye la "pasión de conocer" que nos inserta en una

búsqueda placentera aunque nada fácil. Por eso es que una de

las razones de la necesidad de la osadía de quien quiere hacerse

maestra, educadora. es la disposición a la pelea justa. lúcida. por la

defensa de sus derechos. así como en el sentido de la creación de

las condiciones para la alegría en la escuela. uno de los sueños

de Snyders.2

Rechazar la identificación de la figura de la maestra con la de la

tía no significa. en modo alguno. disminuir o menospreciar a esta

última; igualmente. aceptar la identificación no conlleva ninguna

1 Este análisis del mote "maestra-LÍa" es un capítulo más de la lucha

contra la tendencia a la desvalorización profesional, que viene cristalizando

desde hace casi tres décadas, representada por el hábito de

transfonnar a la maestra en un pariente postizo. Entre las discusiones

realizadas sobre esta cuestión destaco el trabajo serio de Maria Eliana

Novaes, Professora jnimária, maestra ou tia, Cortez, 1984.

2 Georges Snyders, La joie ti l'école, París, PUF, 1986.

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valoración de la tía. Por el contrario. significa quitarle algo

fundamental a la maestra: su responsabilidad profesional de capacitación

permanente. que es parte de su exigencia política.

Según mi forma de verlo. el rechazo se debe principalmente a

dos razones fundamentales. Por un lado. evitar una comprensión

distorsionada de la tarea profesional de la maestra, y por el otro,

desocultar la sombra ideológica que descansa con maña en la intimidad

de la falsa identificación. La identificación de la maestra

con la tía, que ha sido y continúa siendo enfatizada principalmente

en la red privada de educación en todo el país, equivale

casi a proclamar que las maestras, como buenas tías, no deben pelear.

no deben rebelarse, no deben hacer huelgas. ¿Quién ha

visto a diez mil tías haciendo huelga, sacrificando a sus sobrinos,

peIjudicándolos en su aprendizaje? Y esa ideología que presenta

la protesta necesaria de las maestras como una manifestación de

desamor hacia sus alumnos o de irresponsabilidad de ellas como

tías, se constituye como punto central en el que se apoya gran

parte de las familias con hijos en escuelas privadas. Pero esto

también sucede con familias que tienen a sus niños en escuelas

públicas.

Ahora recuerdo cómo respondió, hace ya algunos años, el

maestro Gumercindo Milhomem, entonces presidente de la Asociación

de Maestros de la Enseñanza Oficial del Estado de San

Pablo -APEOESP-, a las acusaciones de los familiares de los alumnos

de la red de enseñanza estatal, en huelga, en un programa

de televisión. Las familias acusaban a los maestros de peIjudicar

a sus hijos al no cumplir su deber de enseñar, a lo que Gumercindo

respondió que la acusación estaba equivocada. Maestras y

maestros en huelga, decía él, estaban enseñando, estaban dando

a sus alumnos lecciones de democracia (de la que tanto precisamos

en este país -agrego yo- en este momento) a través de su

testimonio de la lucha.

Es bueno dejar bien claro que al hablar de sombra ideológica

yo no quería decir, bajo ningún concepto, que su presencia

oculta en la inaceptable identificación hubiese sido decidida en

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alguna reunión secreta de representantes de las clases dominantes

con la deliberada intención de minar la resistencia de una categoría

de la clase trabajadora. Del mismo modo que lo que hay

de ideológico en el concepto de evasión escolar, o en el adverbio

fuera en la afirmación "hay ocho millones de niños fuera de la

escuela", no significa un acto decidido por los poderosos para

camuflar las situaciones concretas de, por un lado, la expulsión

de niños de las escuelas y, por el otro, la prohibición de que entren

en ellas. En realidad no hay niños que se evadan de las escuelas,

así como no los hay fuera de éstas -como si no estuviesen

dentro solamente porque no quieren-, sino que hay alumnos a

quienes en ocasiones se prohíbe entrar en las escuelas y a veces

permanecer en ellas.

Del mismo modo.

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